El cardumen es la newsletter mensual del laboratorio creativo Peces fuera del agua. En cada mensaje, un pez de nuestra comunidad de creativos y creativas te acompaña a nadar en el agitado mar de las narrativas digitales o los ríos infinitos del arte y la cultura. Además, te contamos en qué andamos y qué estamos preparando para el mes que viene. ¡Disfruta la lectura!
“Me vi buscando respuestas concretas,
para esconderme de la contradicción de vivir”
INSOPORTABLE, Del rigor de la ciencia
2024
Por Tomás Enrique. Científico de profesión, músico por vocación. Fanático del midwest emo y el black metal noruego. Se ha repetido Seinfeld cuatro veces.
Transmilenio, 8 de la mañana, Bogotá, Colombia.
Los peores días de mi vida los he pasado montado en un Transmilenio. Esa tortura, autoimpuesta, fue un castigo provocado por unas ganas absurdas de pensar que mi vida tenía que cambiar, y que Bogotá era el destino que me llevaría a esa tranquilidad que nunca había experimentado. Nada más equivocado que eso. Nada más alejado de la tranquilidad que Bogotá. Debido a este cambio de maneras y formas de vivir, me encontré desperdiciando una hora y media –de ida, y otra hora y media de vuelta– en un Transmilenio, camino a un trabajo que odiaba, para pagar un arriendo de un cuarto en el que no quería vivir, y poder hacer mercado en un D1 que quedaba a una cuadra de mi casa. Mercados de comida que ya no estimulaban ningún sabor en mi boca.
En un intento por escaparme de mí mismo, reencontré, en mi cuarto, una copia robada de un libro de Harry Potter. Harry Potter y la Orden del Fénix. Un libro que había dejado a medias hacía 13 años, pero que aún conservaba en uno de mis anaqueles. Anaqueles, por lo demás, muy pobres y ocupados por puros libros malos –menos el de Harry Potter–. Antes de este evento canónico, nunca estuvo contemplada la lectura dentro de mis hábitos diarios, y eso que ya estaba entrado en mis 27 años. A fuerza de no tirármele a un Transmilenio antes de mis clases, o devolverme a Ibagué en un acto anti heroico de fracaso provincial, lo tomé del anaquel, le pegué una sacudida, y me lo llevé como compañía a mis viajes de Transmilenio.
La forma en que este libro modificó mi percepción, marcó un antes y un después a mis viajes por Bogotá. Ahora no sentía que estuviera montado en un Transmilenio de Chapinero a Bosa - El Porvenir. Ahora me encontraba en el mundo mágico de Harry Potter. Compartiendo, conviviendo, aprendiendo, discutiendo con los personajes, y experimentando los romances prematuros de Harry, Hermione y Ron. Que, si esto lo lee alguien que solo vio las películas, seguro tendrá una visión reducida de la increíble construcción de personajes y la conexión que estos tienen con quién los lee. Porque sí, el libro es mejor que la película, pero no solo eso, los personajes escritos son, sin duda alguna, mucho más ricos y diversos que los que se limitaron al castear a niños de 9 años para una película de ocho partes –maldita Ginny, qué mal personaje que eres en las películas, y qué hermosa que eres en los libros–.
Sentado o parado en un Transmilenio, Harry Potter pudo sacarme del letargo existencial que habitaba por mi afán de vivir en Bogotá. Fue así como finalmente encontré la salida de Transmilenio, la salida de mi trabajo de mierda, la salida de mi fracasada vida amorosa. Esa hora y media que desperdiciaba yendo a trabajar, ahora la invertía en salirme de mí mismo y reconocerme en otro mundo. Lo acabé más pronto de lo esperado, y, por mi precaria condición económica, tuve que pedir prestado el resto de la saga con algunos conocidos y familiares que vivían en Bogotá. Así, como embazucado en Transmilenio, me terminé El Príncipe Mestizo y Las Reliquias de la Muerte en mis jornadas de ida y de vuelta, de ida y de vuelta, de ida y de vuelta. Esas jornadas que antes eran tan largas, ahora resultaban un deleite y ya no quería bajarme de Transmi. Porque cuando me bajaba de Transmi volvía a mi desgraciada realidad. Incluso, empecé a apreciar tanto mis momentos en Transmi, que empecé a decirle Transmi.
Cuando finalmente terminé la saga, la estuve comentando con un amigo, o más bien un conocido, porque nunca supe si los rolos realmente generan vínculos de amistad, como nosotros –los provincianos– en la sencillez de las ciudades intermedias. De cualquier manera, este conocido me dijo, Ya que pasó Harry Potter y está en sus 27, mándese con algo más de su edad, Puede ser el Harry Potter de los adolescentes/adultos anti todo: 1984, de Orwell. No creí que me fuera a involucrar tanto con Orwell, como me había pasado con Harry, pero la revelación no se hizo esperar. No solo encontré otra salida de Transmilenio, sino que además encontré una puerta hacia mí mismo, y sobre todo hacia mis dudas y vínculos políticos. Finalmente, alguien conceptualizaba mis contradicciones ideológicas en un libro novelado sobre un mancito que tenía un trabajo de mierda, que seguía unas ideas de mierda, que tenía una vida amorosa de mierda, y que no se sentía a gusto con el curso que estaba tomando su vida. Como yo. Como usted. Como todos.
Me bajé 1984 como si fuera una droga, como si hubiera conocido un nuevo amor, como si no pudiera separarme de la idea de leer a Orwell. Dejé de ver Netflix, dejé de ir a conciertos, dejé de tomar, dejé de tener primeras citas. Lo único que esperaba al final del día era enfrentarme a mí mismo a través de la prosa de Orwell, pues sentía que era una voz interna la que me hablaba. Cuando lo terminé, pensé que ya ningún otro libro me haría sentir eso, y me sentí desahuciado. Le conté a este man, y me dijo, Mire, llévese esta copia de El Túnel, ¿ya lo leyó? ¿Yo? No, nunca, pero me acuerdo que lo ponían en el colegio. Sí, ese, lléveselo, Me lo devuelve cuando lo termine. Dos días enclaustrado en mi cuarto me hicieron sentir el vacío, el vértigo, el desasosiego de Juan Pablo Castel. Ahí, sentí por primera vez la infinitud de la literatura. Si me termino un libro, este man me puede prestar otro. Si él no tiene, otra persona, seguro conoce un libro que vibre con mi raye constante. Además, siempre podré releer mis favoritos, así como se puede poner en bucle una canción, infinitamente. Para siempre.
La literatura no salvó mi vida, porque lo perdimos todo al nacer. Pero sí me salvó de mí mismo. De ese pensamiento constante que me indica que estoy solo en este mundo infesto, porque al fin me encontré reflejado en otras personas que, así como yo, no entendemos de qué va todo esto. Con quienes puedo sentirme parte de un todo, parte de una comunidad invisible comprendida por personas que nunca conoceré. Muchos de los cuales ya están muertos, pero que incluso estando muertos, se han vuelto más cercanos que los muertos vivientes con los que socializo a diario.
Leo porque busco una salida de mí mismo.
Leo porque odio la realidad.
Lanzamos nuestro libro-objeto Saltos al vacío en Ibagué 🙌🏻
Y lo hicimos por partida doble el sábado 17 de febrero: en la mañana fue en la librería Pérgamo y en la tarde, en el gastro bar Don.
En representación de los 43 artistas que participaron en el libro, estuvieron Óscar Iván Pérez (director del libro), Juan Camilo Herrera (cofundador de Peces) y Greis Cifuentes (coautora). En Pérgamo conversaron con el cineasta Andrés Ramírez Pulido (La Jauría) y en Don con el promotor de lectura Tomás Enrique Sierra (Las Analfabetas), a quien acaban de conocer. Hagan clic aquí para conocer más de los eventos de lanzamiento.
Agradecemos a todas las personas que nos acompañaron y compraron el libro. Ustedes también lo pueden comprar dentro y fuera de Colombia. Hagan clic aquí para descubrir cómo.
Lectura, libros y literatura en Peces 📚
¿Sabían que en Peces fuera del agua tenemos decenas de posts sobre lectura, libros y literatura?
Pues así es, y aquí les dejamos una muestra de lo que pueden encontrar en nuestra página web:
“Tu nombre en mi lengua”: después de dos años de darle vueltas, cambiar nombres y jugar al escondite con el inicio y el final, María Alejandra Acosta ha decidido publicar su libro Tu nombre en mi lengua por entregas de una newsletter semanal (conoce aquí el experimento editorial).
“En defensa de los libros rayados”: desde Corazón tan blanco hasta La estrella de Ratner, los libros se convierten en auténticas obras de arte con cada trazo y anotación (clic aquí para aprender el arte de rayar, con Pablo A. Cañón).
“Leer sobre leer”: Con la historia de Lectora, un persona de Luna Miguel que quiere devorar todos los libros antes de que se acabe su tiempo, descubre cómo cada lectura nos transforma en una versión diferente de nosotros mismos (clic aquí para leer el texto de Ángela Castellanos).
Conoce todo lo que hemos publicado sobre lectura, libros y literatura en nuestra página web haciendo clic aquí.
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🧑🏻🏫 Esta entrega la realizaron Tomás Enrique Sierra y Óscar Iván Pérez H.